De exámenes y ratos de recreo II
El error clave que se comete al considerar la Revolución francesa se resume en lo siguiente: todo el mundo habla sobre ella como de la introducción de una nueva idea. No era la introducción de una nueva idea: no hay ideas nuevas. Y en caso de que las haya no provocarían a menor irritación si fueran introducidas en la sociedad politica ya que, no habiéndose acostumbrado a ellas el mundo, no existiría una masa de hombres dispuestos a luchar por ellas en el momento mismo en que aparecieran. Lo que resulta irritante acerca de la Revolución francesa es que en realidad no se trataba de la introducción de un nuevo ideal, sino de la realización práctica de uno muy antiguo. Desde los tiempos de los cuentos de hadas, los hombres habían creído siempre en la igualdad, siempre pensaron que debía hacerse algo, dentro de lo posible, para restablecer el equilibrio entre Cenicienta y las horribles hermanas. Lo irritante acerca de los franceses no es que dijeran que debía hacerse algo al respecto; todo el mundo lo decía. Lo irritante acerca de los franceses fue que lo hicieron. Propusieron llevar a cabo un esquema positivo lo que había sido la visión de la humanidad; y la humanidad se molestó con razón. Los reyes de Europa no hicieron la guerra a la Revolución porque fuera una blasfemia, sino porque era una máxima copiada con demasiado esmero en un cuaderno de ejercicios. Se trataba de un lugar común, que siempre habían considerado en abstracto, puesto inesperadamente en práctica. Los tiranos no odiaban la democracia porque fuera una paradoja, la odiaban porque era un axioma que amenazaba con hacerse realidad.
G. K. Chesterton, «Crítica y apreciaciones de las obras de Charles Dickens»
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1 Comments:
Ciertamente me apunto (casi me atrevería a decir "me alisto") a la tesis que no se pueden crear ideas. Mas ¡qué mierda mundo si todas las ideas ya estan creadas! Probablemente moriremos estériles de ideas, y no soy de aquellos que rezan "hemos de pensar en nuestros descendientes" (¡que les den coño!), pero me niego a resignarme a incluir esta nueva idea en mi listado de ideales (yo sigo con mi romanticismo exacerbado y mis ganas de creer que algo puede cambiar, o al menos, que se puede follar a gusto en este mundo).
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