Esta primavera ha sido la más fea de estos años ibéricos. La primera primavera que no fue; desperdiciada en días blancos de nubes hinchadas de aguacero. Seré pretencioso y ortodoxamente posmoderno. Y conste que sé que no descubro nada nuevo. Los renacentistas y los románticos fueron un puñado de ególatras. Tuvieron la alucinatoria y adolescente idea de que el clima reflejaba sus estados de ánimo.
Míkel (también conocido como
jaqueca comunal, el encargado de humillarme gratuita y públicamente por cada post publicado) me enseñó a escribir haikus hace unas semanas. El resultado fueron unas pobres y mediocres composiciones inflamadas de cerebralismo que quieren ser confundidos por piezas borgianas.
Míkel contó que, en los haikus, las estaciones cuentan con un papel protagónico.
Releyéndome, noté que lo mismo sucede con las
autobiográficas. El clima me afecta, sí. Me tomo muy en serio las no-asumidas interesantes conversaciones cotidianas al respecto, ejecutadas en ascensores o escaleras. El clima, me digo, me afecta; pero no me determina. Con tanta lluvia, he descubierto que puedo perfectamente asumir la naturaleza de mi contradicción anímica. La lluvia no es romántica; las tempestades no son metáforas decentes para el caos mental de un neurótico, la coincidencia hipotética de la salida del sol con la recuperación de un bajón es rotundamente inverosímil. Simbología barata y zapatos de goma. Un apunte ligero. Una reflexión pseudo-lúcida. Acaso ni los renacentistas ni los románticos padecieron los gajes del cambio climático. Acaso porque esta fue una de las primaveras feas más hermosas de mi, por lo demás, corta vida.
Rompamos el hielo. Dejémonos de rodeos meteorológicos, así, entre tanto lirismo burdo: se rumorea que
chiquilín se puso *re* de novio. De acuerdo. Las fuentes más fiables declaran que se trata de una compatriota auto-exiliada en esta Península. Otras, dignas de descrédito, señalan que la misma es una compañerita, estudiante de Letras, que en su país de origen fácilmente habría sido calificada de «traga». (Para que los peninsulares rían, la traducción idónea de este porteñismo vulgar podría ser la de «empollona»).
El muy cursi de
chiquilín la llama
La Señorita Linda de los Subtes, debido a una serie de coincidencias totalmente arbitrarias, producidas en el metropolitano barcelonés, al inicio de su ya no tan corta relación. Se dice que ella lo trata de «Tanito». Esta confidencial información no debe trascender las paredes de este
blog.
Rastreando algunos recientes «
Hallazgos vitales del día», parece ser que
chiquilín es feliz. Por los pasillos de la Facultad de Letras, se comenta que tanto
LSLS como chiquilín son portadores de una sonrisa angustiosa y considerablemente largas. Tras exhaustivas investigaciones, al menos se ha podido constatar que por lo que respecta a nuestro personaje,
chiquilín acusa las siguientes novedades: toma mucho mate, no se abrocha el último botón de la camisa, se hace menos el seriote, declara un sospechoso e inusitado deseo de ir a la playa y meterse en el mar este verano («en más de una ocasión», dice), ingiere más cantidad de líquidos de contenido etílico que gaseoso cuando sale, finge bailar salsa, se desconcentra asiduamente y le sale así como una voz muy infantil que sólo expulsa palabras patéticamente sentimentales y empalagosas, afortunadamente sólo oídas por la paciente, adorable y apreciada
LSLS.
Está enamorado, digamos, sin dar más vueltas. Y el tema es que llueve. Y la gente está contenta porque los riesgos de aridez y sequía desaparecieron. Seré ególatra: a
chiquilín nunca le gustó la lluvia; pero ahora, la verdad, camina contento igual.