sábado, septiembre 29, 2007
sábado, septiembre 22, 2007
*Qué* buen regalo de cumpleaños (I)
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.
Beckettianas (II)
Cortesía de Martina, beckettiana empedernida, quien sostiene que, para cada momento, tengo una cita.
Y quizás esté en el momento en que vivir es errar en completa soledad al fondo de un momento ilimitado, en que la luz no cambia y los residuos se parecen. Los ojos, apenas algo más azules que una clara de huevo, miran fijamente al frente, lo que vendría a ser la plenitud perpetuamente serena de los abismos. Pero de tarde en tarde se van cerrando, con esa inesperada suavidad de las carnes que se estrechan, a menudo sin ira, y se repliegan sobre sí mismas. Entonces se ven los viejos párpados, enrojecidos y arrugados, que parecen unirse con dificultad. Y quizá es entonces cuando contempla el cielo de los antiguos ensueños, de los cruceros y también de la tierra, y los espasmos de las olas, ninguna de las cuales se mueve sin que las demás se muevan igualmente, y el movimiento de los hombres, tan diferente, pues no están atados los unos a los otros y son libres de ir y venir cada uno a su antojo. Y no se reprochan, y van y vienen, entre el triquitraque de sus mecanismos de fantochazos, cada uno por su lado. Y cuando hay uno que muere los demás siguen, como si nada ocurriera.
Samuel Beckett, Malone muere
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domingo, septiembre 16, 2007
En la vereda del sol
que no es mi canción
ya ves no tengo nada
que hacer en esta función.
No quiero conocer a nadie
quiero salir a ver la calle.
Estoy en la vereda del sol
que ya va a nacer,
para no volver.
Mirá toda la fiesta de afuera,
buscando la emoción verdadera.
En el Raval hay skaters, catalanes conchetos, intelectuales, comerciantes filipinos, adolescentes cool, gays progres, latinoamericanos que alardean en todos los acentos imaginables, borrachos, bohemios, turistas franceses, pakistaníes vendedores de cerveza y hachís, putas africanas, catalanes hippies, universitarios italianos de intercambio, policías españoles que alardean en un acento solo, árabes, drogadictos, chinos. Conviven pacíficamente, de momento, todos juntos en la calle. De día y de noche. Yo vivo en un loft remodelado y súper moderno, bien incrustado en uno de los barrios más viejos y tradicionales, en el centro de Barcelona. Arriba el Tibidabo nos vigila.
Hicimos la mudanza a lo largo de toda esta semana, frente a la mirada atenta de dos pintores bolivianos que aún no terminaban con los últimos retoques del techo. Los libros que tenemos en la biblioteca del living son excesivos para nuestra edad. Es posible que no hayamos leído ni la mitad para lo que queda del lustro. No nos importa. Hacemos de cuenta que no. Las estanterías no están de adorno, son el peso de la cultura que tanto queremos que nos pese. El living es grande. Se come las habitaciones. Tampoco nos importa. Pactamos hacer vida en el living. Juliette sonríe silenciosa y me mira atrás de sus anteojos y su largo pelo rubio, mientras sus papás acomodan las últimas cajas de basura para deshacernos de los vestigios de la mudanza. Las paredes están blancas y vacías. Queremos colgar un cuadro: ella propone Tàpies; yo, Velázquez. Está claro que la posmodernidad y el clasicismo no cuajarán jamás. Juliette piensa en comprarse un perro. Mi alergia y mi fobia materna me lo proscriben terminantemente. Intenté convencerla arguyendo que los escritores, desde Baudelaire a Cortázar, tienen una relación metafísica con los gatos. Después me acordé que a lo que soy alérgico es al pelo de animal, además de al perfume de mujer, al polvo —frecuente motivo de burlas—, al polen y a cambios climáticos en general. Que soy un impresentable, digamos. Juliette finge no oír e imagina cuando me mande a sacar el perro por las frías mañanas de otoño que se vienen. Dice que es para hacerle compañía. Necesita como sea combatir la soledad.
Por lo que a mí respecta, un intensísimo verano desfiló subversivamente más allá de mi doble turno laboral, donde ahorré toda la guita que necesitaba. Fue un verano voluntariamente diferente a todos los anteriores. Más real, más vital, más sexual. Un verano con noches llena de caóticas sábanas, poquísimas horas de sueño, llegadas excesivamente tarde al trabajo, camas clandestinamente deshechas, felices ojeras, diálogos que jamás pensé que iba a tener, una difusa mezcla en la que entraba deseo, dolor, cariño, placer, obsesiones, miedos, y un puñado de canciones de Drexler compartidas hasta el amanecer, celebrando aquel edén de solo dos metros cuadrados. Un verano con largas llamadas telefónicas, esta vez a este lado del charco, repletas de dilatados silencios al compás de dos respiraciones sudamericanas que intentaron respirar juntas pero que fueron, claramente, incapaces. El verano se acabó. Evocarlo no es más que una manera estéril de perder mis últimos minutos de recepcionista en este hotel. El verano se fue, no sin antes haberme enseñado innumerables lecciones y haberme dado algo que durante tres años mi vida me venía negando y que por momentos sentí que no me quería devolver más.
Es tiempo de volver a combatir la soledad. Los libros, por ahora, siguen siendo los narcóticos que elijo frente a las mascotas. Ahí está Juliette, que es catalana, intelectual, adolescente, concheta, progre y universitaria. Todo a la vez, tomá pa vos. La flamante y bienvenida compañera de piso, en vez de los ex-cuatro machos que me acompañaron durante un año en Sants. Juliette ordena sus libros, dice, por asociación de ideas. Nada más cercano a un orden surrealista-psicoanalítico. Yo, por supuesto, sigo mi rígido y solemne rigor positivista. Literatura latinoamericana, española, inglesa, italiana, francesa, filosofía, teoría de la literatura. La sensación está en el aire: este año pinta mejor que el anterior, aunque le costará igualarlo. Por lo que a las estaciones se refiere, nada parece indicar que un invierno subversivo no pueda superar este verano eminentemente imborrable.
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So Lonely (again) VIII o Todo verano termina
falda, tacón y unas braguitas
de quita y pon.
Rubia de bote, sin corazón,
y en el escote, la ermita del deseo,
donde se arrodillan los ateos.
No era mujer para un poeta,
la liquidez era su meta.
Mi sex-appeal cayó en picado
cuando me vi desheredado.
Y, en mitad de un blues,
me plantó la princesita azul.
Se me dormía con la Novena,
no digería la magdalena
de Marcel Proust.
Si me pillaba cantando un blues
me regañaba.
Pero en un colchón
mejoraba mi mejor
canción.
Luego volví donde el olvido,
mi único amor correspondido,
terca pasión, dulce tormento,
yo tan mayor y no escarmiento.
Y, en mitad de un blues,
me plantó la princesita azul.
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jueves, septiembre 13, 2007
Saisons en enfer
Padres y profesores, ¿qué es el infierno? Yo lo defino como el sufrimiento de ser incapaz de amar.
Fiodor Dostoievsky, Los Hermanos Karamazov
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martes, septiembre 11, 2007
Feriado abúlico
I bet you think that's pretty clever,
watching all the ground beneath you drop.
You'd kill yourself for recognition,
kill yourself to never ever stop.
You broke another mirror,
you are turning into something you are not.
It's the best thing that you've ever had,
the best thing that you've ever, ever had.
It's the best thing that you've ever had;
the best thing you've had has gone away.
Etiquetas: canciones
sábado, septiembre 08, 2007
Raval, casa nueva
dentro de mi casa nueva?
¿Dónde corta el brillo en la noche
desde tu ceguera?
¿Qué será del viejo calendario
que vivió mis días?
¿Quién me dibujó ahí sentado
por el resto de mi vida?
Cuando la novela se descargue de todo
estaré subiendo la escalera
envuelto en la nostalgia de tu perfume
volveré a caer, otra vez.
martes, septiembre 04, 2007
Freud, Lacan, Barthes (II)
La neurosis es un mal menor: no en relación a la «salud» sino en relación a ese «imposible» del que hablaba Bataille —«la neurosis es la miedosa aprehensión de un fondo imposible, etc»—: pero ese mal menor es el único que permite escribir —y leer—. Se acaba por lo tanto en esta paradoja: los textos como los de Bataille —o de otros— que han sido escritos contra la neurosis, desde el seno mismo de la locura, tienen en ellos, si quieren ser leídos, ese poco de neurosis necesario para seducir a sus lectores: estos textos terribles son después de todo textos coquetos. Todo escritor dirá entonces: loco no puedo, sano no querría, sólo soy siendo neurótico.
Roland Barthes, El placer del texto
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domingo, septiembre 02, 2007
Noches de verano (III)
que no he visto dos veces
brillar de una misma manera.
Corazón fugaz,
por tu cuerpo y tu alma
la luna pasea y pasea.
Tanto, tanto, tanto amar,
tanto, tanto, tanto amar,
lastima, a veces lastima,
por la misma senda
que el amor abrió,
la pena camina.
¿dónde vas?
quédate junto a mí,
corazón tempestad,
corazón desmesura.
No soy más que un eterno aprendiz,
que si no está contigo
se ahoga en su propia cordura.
Tanto, tanto, tanto andar,
tanto, tanto, tanto andar,
pero el tiempo pasa
y el dolor también
te enseña el camino.
Etiquetas: canciones