Asfixia
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—El mundo es la suma del pasado y de lo que se desprendió de nosotros— Novalis
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LEÑADOR 3º-¡La sangre!
LEÑADOR 1°-Hay que seguir el camino de la sangre.
LEÑADOR 2º-Pero sangre que ve la luz se la bebe la tierra.
LEÑADOR 1°-¿Y qué? Vale más ser muerto desangrado que vivo con ella podrida.
Bodas de Sangre (1933) es la primer tragedia que Federico García Lorca compuso. Basándose en hechos reales, esta obra combina elementos fundamentales de la literatura del granadino. Por un lado el Lorca lírico, impregnando la trama de romances cantados y música popular instrumentalizada por los personajes del pueblo y el Lorca dramaturgo, mostrando un retrato histórico de la sociedad andaluza de principios de siglo XX. Por otro lado el Lorca local, que acaso descifró cada rincón de su Andalucía, pero también el Lorca universal, que no necesita usar el dialecto andaluz en sus versos ni especificar el nombre de cada calle o ciudad por la que transcurren los hechos, para que sepamos que lo que está pasando 'tiene' que pasar en España pero puede leerse con el mismo efecto estético en cualquier parte del mundo. Es por eso quizá que Borges lo bautizó como un «andaluz profesional»; no sé si despectivamente, pero a mí ese «profesionalismo» me encanta. Un argumento simple como excusa para una poesía cantada, instrumentalizada y escenificada, y la sangre como elemento simbólico que apunta a la herencia familiar, al sexo, a la vida o al honor, configuran este hermoso poema trágico en tres actos.
Yerma (1934) es la segunda tragedia que el escritor nacido en Fuentevaqueros compuso al final de la Segunda República. Quizás conocida como su obra canónica, Yerma completa la trinidad de tragedias junto a La casa de Bernarda Alba y Bodas de Sangre. La vida, o una síntesis de la vida, de una mujer estéril en un cosmos regido por las leyes del cristianismo y el machismo, una mujer que se ahoga en una sociedad que le exige hijos para justificar su existencia. Lorca sabe destruir la hipocresía de ese universo que tanto respiró en su corta vida y que tanto le truncó su homosexualidad. Lorca es también universal y andaluz, épico y popular, poético y teatral simultáneamente. Pero Yerma es acaso menos verosímil que Adela, su final es ejecutado de una forma abrupta que extrañamente pasó a la historia como la heroína lorquiana por excelencia. Definitivamente, prefiero La casa..., aunque también vale la pena leerla.
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El día siguiente, lunes, salí a caminar a las diez de la mañana y no volví hasta bien entrada la noche. Me mantuve a base de sanguchitos que me había preparado mi agüela, -sí, nunca quise parecer un bohemio ni nada por el estilo- y un buen regimiento de sprites. Salí con el subte desde Bayswater y me fui hasta Picadilly Circus. A partir de ahí bordeé caminando todo el Támesis, empezando por el Big Ben, las Houses of Parliament, la Westminster Abbey, hasta cruzar el Tower Bridge.
Me pasé la tarde recorriendo la Tower of London, que fue un edificio militar desde hace un milenio y ahora se convirtió en un museo turístico. Cuando salí, recorrí toda la City y me fui hasta la catedral de St. Paul. Me habían avisado que la entrada era muy cara, pero como estaban haciendo misa se podía pasar gratis. Yo, asiduo visitante de estas ceremonias, me senté en un banquito y escuché a ver qué decían. Estaban rezando por los muertos de Irak, que los de su mismo país habían matado en nombre de su mismo Dios. Paradójico. Mientras la tarde caía recorrí Covent Garden, que me pareció hermoso, seguí en Trafalgar Square y terminé de nuevo en Picadilly.
Entre el martes y el jueves recorrí, tal como me sugirió un experto, los maravillosos espacios verdes de Londres: Kensington Gardens, Hyde Park y Regent Park. Como no podía ser de otra manera, fui a Abbey Road y firmé en el muro de los estudios, conocí el Soho, Buckingham Palace, la National Gallery, y el infinito British Museum, siguiendo los consejos de una experta que me recomendó contratase una guía para no sentirme tan chiquito ante la inmensidad cultural.
Las dos perlitas del viaje: Vi una muy buena comedia protagonizada por David Schwimmer en el Shaftesbury Theatre; un neoyorkino que está por casarse y visita a cuatro de sus ex novias para reconciliarse con su pasado. Y probé los kebabs con la muy grata compañía de Laura, a quien se le agradece públicamente la velada, nomás porque me cayó re bien.
Afortunadamente, me tocaron cuatro días hermosos sin silver rain y con mucho calor. En la habitación conocí a dos romanos que querían levantarse sin mucho éxito a una francesa. Además, los de la limpieza de la pensión eran brasileros así que pasamos buenos ratos. Descansé, disfruté de Drummond y Whitman, escuché mucho Rock, caminé una barbaridad y conocí mucho mundo en una sóla ciudad. Londres, sin dudas, es la Babel que los hebreos soñaron en su literatura. Quiero volver.
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