Empty spaces - what are we living for?
Abandoned places - I guess we know the score
On and on, does anybody know what we are looking for?...-Freddie, Brian, Roger, John-Sábado por la noche. Llega la primavera y Barcelona está coqueta como le corresponde. Yo, cansado de tanto laburar, me voy a caminar por Plaça Espanya y el Montjuïc. Voy subiendo cuesta arriba y me encuentro con mucha gente que no pasea en vano, igual que yo. Todos tenemos una cita, una
Seaside Rendezvous, con dos muchachos y un alma que los guía. La noche está estrellada y las puertas del estadio se abren. Adentro nos esperan...
Brian, tal como yo lo imaginaba, estuvo radiante toda la noche. Ahí, a sólo unos metros de mis anteojos que lo miraban y admiraban expectantes. Su guitarra tan única, más real que nunca. Su español, un tanto rústico y propio de un británico, esbozó un «quiero dedicar esta canción a Freddie...» y después su voz acarició la melodía de esa tan hermosa balada de desamor bautizada como
Love of my life. Roger también estuvo. Nos hizo cantar a todos ese hit ochentoso que salía en todas las
Radio Ga-Ga del planeta, según me cuentan mis padres. Y tocó esa batería con el logo del Águila, que resurgía de las cenizas como el Fénix, coreando esos falsetes tan propios de él.
John faltó a la fiesta, nos decepcionó. Pero él tendrá sus motivos.
Y Freddie, -lo sé, estoy seguro-, estuvo ahí toda la noche. Su espíritu brotaba de cada canción, en cada rincón de la gente que lo coreaba. Su imagen estuvo ahí, quizá plasmada en un proyector de imagen y sonido, cuando todos entonamos
Bohemian Rhapsody en una especie de rito que desafiaba el tiempo de veinte años, el espacio de unos cuantos kilómetros de distancia hasta Wembley, y las mismísimas leyes de la vida y la muerte.
Hubo sucedáneos. Gente que se atrevió a suplantar a Freddie. No los juzgo. Alguien tenía que intentarlo, imagino que no será una tarea fácil. Nadie nunca le va alcanzar los tobillos al mejor cantante de la historia del rock.
Quizás porque mi adolescencia se puede resumir en la melodía de
Old-fashioned lover boy o en la polifonía de melodías que es esa obra de arte suprema titulada
The march of the Black Queen. Quizás porque no puedo sentir más tristeza que cuando escucho otra canción que no sea
My Melancholy blues. Quizás porque siempre me quedaré con las ganas de tocar bien el riff de
Ogre battle o porque nunca voy a aprender a tocar el solo de
Millionaire Waltz. Quizás porque no pude evitar llorar y sentir nostalgia de un tiempo que no viví, cuando oí a Brian cantar
These are the days of our lives. Quizás porque no hubo nada más mágico que saltar al compás de la distorsión de una guitarra tocando
Tie your mother down o
I want it all. Quizás porque cada vez que voy a salir con una chica escucho antes
Somebody to love. Quizás porque no encuentro un poema que pueda resumir tan bien lo que me pasó estos últimos años como
Leaving home ain't easy. Quizás porque no hay mejor testamento para un músico que
Innuendo. Quizás por todas esas razones juntas, después de tantos años de sueños y anhelos porque llegara *esta* noche, nunca me voy a olvidar del recital que Queen ayer le dio a mis oídos.
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