Para entender este proceso y para ofrecer una perspectiva accesible aunque esquemática de las distintas escuelas de esta reciente empresa teórica, nos podría servir como punto de partida la metáfora de una excursión dominical en automóvil, en la que el coche equivale al texto, el conductor al autor y los pasajeros al lector o crítico.
1. Empezando por el consenso tradicional [...] los pasajeros miran por las ventanillas del vehículo y contemplan el paisaje, los árboles, las montañas, etc. o sea el paisaje por el que cirucla el coche. Este es sólo un medio para practicar el excursionismo, para llegar a los monumentos de turismo —literario—. Al concluir el viaje los pasajeros agradecen al conductor un itinerario tan placentero e incluso le piden su opinión al respecto.
2. Siguiendo esta vez las pautas del
New Criticism anglo-americano [...] los pasajeros hacen ahora que se detenga el automóvil. Empiezan entonces a comentar el interior del vehículo, la disposición de sus elementos —el tablero de instrumentos, el freno de mano, etc.—, el confort de los asientos, lo espacioso del maletero, la calidad de la tapicería, el atractivo del color de la carrocería, etc. Hablan entre sí y al parecer ignoran al conductor: en cualquier caso, no les interesa el paisaje exterior ni el viaje.
3. Los pasajeros formalistas —incluídos aquí los estructuralistas, los semiólogos y demás tecnólogos literarios— también hacen parar el coche. Sin embargo, ahora bajan del vehículo, levantan la tapa del motor, se meten debajo para ver el chasis. Les interesa sobre todo cómo
funciona en tanto que máquina, cuáles son sus componentes y cómo se relacionan entre sí en este y en otros automóviles: también les interesa el modelo, el diseño y el sistema tecnológico de los que el auto es una realización concreta. Ignoran olímpicamente al conductor, a quien hicieron bajar un par de kilómetros antes.
4. Para los pasajeros
deconstruccionistas, el viaje es lo de menos: pero, ya que están a bordo, paran el coche, se ponen el mono, cogen la caja de herramientas y se ponen a desmantelar el vehículo, empezando por las bujías y el carburador. Se lo pasan bomba desparramando las piezas del automóvil por la carretera y dan un nuevo sentido —¿literal?— a la expresión «este coche no anda ni con ruedas». Empeñados en demostrar que el automóvil no funciona —y cuando lo consigue, lo hace mal—, insisten en que el conductor tampoco sabe a dónde va, ni qué hace. En fin, nada tiene sentido ni origen.
Barry Jordan, «Un viaje por la teoría literaria»,
Quimera, University of Michigan, 51.
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